¿Un maravilloso canto del cisne?

El profesor Lamblin cede para este blog un hermoso texto de reflexión en torno a la problemática convivencia de la encuadernación de arte con el libro electrónico. La encuadernación de creación -según este autor- aguantará los embates del éter digital por ser depositaria de una belleza formal estrechamente vinculada al medio material que le sirve de soporte. No ocurrirá lo mismo probablemente con la encuadernación industrial. La traducción de estas líneas alimenta un debate de plena actualidad.

André Lamblin ha sido profesor de estética en la Escuela de la Cambre de Bruselas y actualmente escribe un libro donde reflexiona sobre las ideas, formas, tendencias y creadores más representativos de la encuadernación europea desde la Segunda Guerra Mundial.

Hace un siglo que todos los observadores se preguntan si la encuadernación tiene futuro.

La encuadernación industrial, que ha obtenido importantes logros, no tiene nada que temer. Como sucede siempre que una nueva tecnología irrumpe en la historia de la humanidad (la lámpara eléctrica sucedió a la iluminación con gas, el automóvil sustituyó a la diligencia…), sería sorprendente que en un plazo más o menos breve formas caducas dejen el campo libre a otras más coherentes con los nuevos usos y materiales. La tipografía, el diseño de la página, los índices, la inclusión de imágenes, etc… conocerán sin duda cambios que repercutirán sobre la edición en papel. No es imaginable, sin embargo, que a corto plazo los ensayos, la poesía, los textos de referencia, la literatura clásica y la imagen desaparezcan del libro en beneficio de soportes más volátiles. El libro electrónico, que, como Internet, ha revolucionado los medios de adquisición de nuestros conocimientos, completará sin duda nuestras posibilidades, pero no matará al códice ni acabará con la encuadernación que lo constituye. Por no hablar del disfrute visual y táctil que ésta depara, necesitamos demasiado de nuestros queridos soportes de impresión como para poder prescindir todavía de ellos.
Las actuales necesidades de conservación de obras antiguas o recientes no tienen porqué disminuir. Por motivos presupuestarios, es decir, por falta de medios, las grandes bibliotecas e instituciones museográficas se han visto obligadas a tomar decisiones que afectan tanto a la riqueza de sus documentos como a la urgencia de tratarlos.

No hay ningún motivo de peso para creer que las habilidades de los restauradores y que sus conocimientos sobre las estructuras de los libros y de la encuadernación tengan que desaparecer ni hayan de dejar de ser necesarios . Por el contrario, creemos que todavía será imprescindible hacer grandes progresos en materia de equipamiento y de técnicas seguras y modernas que hagan durar en el tiempo lo que ineluctablemente (recordemos que muchos papeles del siglo XIX hoy están convertidos en polvo), a falta de un tratamiento apropiado que a veces todavía está por inventar, está condenado a desaparecer.

La encuadernación corriente obra de artesanos cada vez se practica menos salvo en los talleres semindustriales o en el caso de las encuadernaciones que están protegidas con meros encartonados. Casi siempre relacionada con documentos de interés secundario que hoy pueden ser almacenados electrónicamente, no se sabe muy bien qué futuro puede esperarle a una encuadernación de estas características que hoy es residual.

La encuadernación de creación, ya presente las formas tradicionales o las renovadas , se enfrenta al dilema de Hamlet: To be or not to be. Por unas u otras razones sobrevive con bastantes dificultades en la obra de algunos artistas que también se esfuerzan por conservar un alto grado de calidad artesanal y se proponen al mismo tiempo integrar en ella formas nuevas que expresen una sensibilidad contemporánea plasmada con un lenguaje siempre personal. ¿Es esto posible? ¿Son compatibles los dos? Gigantismo, provocación, insistencia en las propuestas externas –conceptuales, societarias, incluso políticas- acotan el campo de un arte que, en sus excesos, se ha centrado demasiado en la decoración pero que continúa siendo al mismo tiempo uno de los pocos donde la belleza formal ha conservado plenamente su sentido, siendo también un modo de expresión, a ningún otro parecido, de creadores excepcionales. No cabe duda de que a muchos bibliófilos y a las encuadernaciones ejecutadas por los aficionados, con demasiada frecuencia obnubilados por la adquisición de destrezas técnicas, les falta una verdadera cultura de la investigación que sin duda les llevaría a tomar en consideración con una mayor deliberación la naturaleza creativa del arte.

Podría suceder que en una fecha no muy lejana la encuadernación desaparezca como tantos otros oficios, a veces muy humildes, del pasado han sido borrados de la faz de la tierra porque dejaron de responder a las necesidades de los nuevos tiempos. En este caso los encuadernadores actuales estarían entonando lo que sin duda sería un maravilloso canto del cisne que embelesaría a los bibliófilos expertos que, por una cuestión honor, continuarían creyendo beatíficamente en ella. A pesar de las modas y a veces en contra de ellas, siempre es una minoría la que termina por tener razón.
La dicotomía bibliófilo-encuadernador es indisociable. Hoy más que nunca la encuadernación necesita de los verdaderos aficionados a los bellos libros que sepan que si una época cuenta –y consiguientemente que si existen seres humanos que le dan vida- no es tanto por lo que ellos se proponen eternizar como por los valores en los que los hombres creen, pues, como enseñaba André Gide a Nathanaël, “el instante más pequeño de vida es más fuerte que la muerte y la niega”…

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Jose Luis Checa Cremades