La entrevista se desarrolla en la ciudad de Maguncia, en una vieja imprenta que aún conserva entre ruinas, un viejo rol de pruebas, una prensa litográfica hecha de madera y varias charolas amontonadas con tipos móviles en desuso, hace un par de días que un linotipo fue sacado incólume del taller para ser vendido como materia prima de algún alto horno por falta de un artesano que le diera vida. Solo queda, como prueba de su uso, el crisol donde se fundía el plomo el cual he usado para sentarme, y la platina de un viejo tórculo en la que he apoyado una computadora para redactar esta entrevista.

El maestro Johaness Gutemberg llega visiblemente sobresaltado sacudiéndose el polvo de su abrigo a media pierna; bajar del pedestal y cruzar por vez primera la glorieta que lleva su nombre han hecho que se olvide del incunable que su escultor pacientemente talló entre su pecho, e impaciente por recorrer su ciudad natal, solo confía en que el viejo librero que esta frente a su monumento no acuda, como todos los días, a esperar el momento en que caiga de sus manos a consecuencia del cansancio.

Johannes Gutenberg: Solo espero que mi libro no se venda en alguna casa de subastas como… (largo silencio) … de todas las formas que existen para comerciar un libro la especulación siempre la he considerado como la forma más irrespetuosa.

Artes del Libro: Es posible maestro, confíe en que por respeto a usted se conserve en su lugar ¿Podemos empezar con la entrevista?.

JG: Estoy a sus órdenes.

AL: Su verdadero nombre no fue Johannes Gutemberg sino Johannes Gensfleisch zur Laden ¿de donde proviene el apellido que lo hizo famoso?.

JG: Mi padre que era orfebre de profesión y director de la Casa de Moneda en Maguncia contrajo segundas nupcias con mi madre Else Wilse, la familia de mi madre aportó como dote una mansión llamada Zum Gutemberg a la joven pareja, y ahí tuve la suerte de nacer entre 1394 y 1399…comprenderá usted que ha pasado mucho tiempo.

AL: Su infancia estuvo marcada por una férrea disciplina dentro del gremio de la orfebrería y la acuñación de monedas ¿Considera esta formación el comienzo que lo llevo a idear la imprenta?.

JG: Lo considero fundamental. Además de mi padre, muchos parientes se dedicaban a este oficio, y era habitual comenzar la instrucción a corta edad «fit fabricando faber» (el artesano se forma trabajando) luego la obra maestra del futuro maestro y por fin la ansiada matrícula en el arte respectivo.

AL: Sin embargo usted no fue formado exclusivamente en las artes que en su época eran consideradas mecánicas, contó por supuesto con una magnifica preparación como latinado dentro del trivio (gramática, retórica y lógica) y el cuadrivio (matemáticas, geometría, astronomía y música).

JG: En efecto nací en una época en que el tiempo y la palabra dejaban de ser propiedad divina. Tiempo atrás se consideraba mas honroso trabajar la tierra que cultivar la palabra, puesto que Dios nos otorgo la tierra para fecundarla y hacerla motivo de su alabanza. Y la palabra no, esta debía ser usada para difundir la verdad (el Verbo) y nunca como herramienta para obtener fama y riqueza.

AL: ¿Se juzgaba entonces por igual al notario, al abogado, al profesor universitario y al impresor, quienes haciendo uso de la palabra escrita con fines diversos no divulgaban una sola verdad? ¿Era considerada esto la prostitución del origen primigenio de la palabra?.

JG: Naturalmente, aunque esos tiempos se hallaban lejos de los días en que inventé la imprenta, aún podías encontrar juicios de esta naturaleza.

AL: Dígame maestro usted técnicamente no fue el inventor del libro impreso; anteriormente ya existían sistemas de imprenta con caracteres fijos y hojas ilustradas gracias a procedimientos de grabado y entintado a mano ¿A que se debe que esta revolución haya durado largo tiempo?.

JG: Verá usted, los lectores potenciales permanecían atados a la noción de que un verdadero libro, especialmente el cultural, tenía que estar escrito a mano y avalado por la pluma del autor y del experto copista. Por esa razón surgió la mimesis entre los procedimientos mecánicos y manuales buscando por supuesto, una mayor aceptación de los letrados para los productos de este nuevo invento.

AL: Pero entonces se le considero mal y fue usted proclamado el inventor de la imprenta periódica ya que por mucho tiempo su invento se dedicó a la impresión de hojas sueltas, opúsculos, calendarios, jaculatorias y oraciones para indulgencias que podían llegar, sin limite de copias, a frailes y sacerdotes. ¿Qué significó entonces la aparición del Catholicon y de la Biblia de Maguncia?.

JG: No lo sé en general pero recordaré siempre con especial afecto a un dominico, Filippo di Strata, que nunca dejó de pensar est virgo haec penna, meretrix est stampificata (la pluma es una virgen; la imprenta es una meretriz) al que por cierto… ¡nunca he visto en los parajes de mi padre celestial! (el maestro esboza una tenue sonrisa). El hombre mantendrá siempre una terca resistencia al cambio.

AL: ¿Sabía usted que los métodos perfeccionados por usted: la tinta, la prensa y los tipos móviles se mantuvieron casi sin cambios durante los 400 años posteriores a su invención?

JG: En efecto pero luego se inventó la tricromía, la estereotipia, el heliograbado, la litografía y el fotograbado. Todos ellos inventos utilísimos para el desarrollo de la imprenta. He de confesarle la envidia que sentí cuando en 1863 William A. Bullock inventó la imprenta rotativa y en 1884 tras varios intentos fallidos un paisano mío, Ottmar Mergenthaler puso en marcha la linotipia ¡Eureka! ¡Mil cajistas en uno!.

AL: Parece enterado de la imprenta del siglo XIX producto de la revolución industrial. Sabe entonces que esta época trajo consigo un cambio radical en las formas de producción y entre otras consecuencias provocó que nuestros objetos se convirtieran en cosas que se usan y se tiran ¿Qué opina del fenómeno?.

JG: Puedo comentarle que nunca había visto tantos libros impresos en tan poco tiempo, pero que al mismo tiempo, nunca había visto tantos libros envejecer tan rápido.

AL: ¿Fue para usted el primer síntoma de que el libro estaba muriendo?

JG: De ninguna manera, solo fue una paradoja de la técnica. Para llevar a cabo la divulgación masiva del conocimiento y el abatimiento de sus costos de producción otros fines tuvieron que ceder necesariamente, como la calidad del papel o su encuadernación. Sin embargo para mi si hubo un momento en que pensé que el libro dejaría de existir.

AL: En el período de entreguerras del siglo XX…

JG: Si, pero no fue la guerra en si misma… porque de ella salí huyendo en Maguncia para difundir mi invento y aquí estoy… esa fue una época agitada en que la verdad y la palabra se hicieron cada vez mas sospechosas, luego vino ese gran estallido (el maestro se refiere a Hiroshima) y lo convirtió todo en desencanto y desasosiego. Creo que ahora, en la época en que le toco vivir a usted no se condena al que dice una mentira, sino al que no sabe disfrazarla como una verdad.

AL: Pero !Eso ha ocurrido todo el tiempo maestro!

JG: Tiene toda la razón, pero ese invento que tiene ahora entre sus manos (computadora) y otros como la Televisión convierten a la palabra en un exceso mas allá de lo imaginable, la suya es una época en la que todos tienen voz pero nadie parece entenderse.

AL: Entonces vería usted los signos de una segura desaparición del libro como transmisor de ideas y de conocimiento.

JG: (tras un largo silencio).  Pues mientras existan escritores que cultiven la palabra, una buena calidad en el papel, una apreciación auténtica por la tipografía y la imprenta, y una encuadernación digna de contener todo este gran trabajo, creo que el libro habrá pasado una dura prueba como las que en su historia ha superado. Y seguirá ocupando el lugar que le corresponde al ser el invento que mas frutos le ha dado al ingenio humano.

AL: Me despido de mi interlocutor una vez que ha limpiado sus manos del tusch litográfico que sostuvo inquieto durante toda nuestra conversación. Lo deposita con respeto en un bote de tinta para grabado cuyos ingredientes siguen siendo los mismos que inventara hace 560 años: aceite de linaza hervido y carbón vegetal en polvo, y con un aire de satisfacción, lo deja en la prensa tras reconocer en letra gótica su nombre en el recipiente.

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